
"Laura and Brady in the Shadow of Our House". Abelardo Morell. 1994
Hay cierta sabiduría en el modo en que juegan los niños.
Son ajenos al preconcepto y al malentendido, y descreen tanto de la tautología como del barroco. Con pocos años de instrucción elemental -a veces por simple imitación, casi como indígenas - pueden construir las más maravillosas arquitecturas con prácticamente nada. Fieles a un funcionalismo sin mitologias, eficaces a la hora de distribuir y proporcionar, les bastan apenas una sombra, unos leves trazos, y ya han construido su refugio y se los ve felices.
Cualquier material parecería resultarles pertinente y saben manejarlos con utilitaria libertad. Son poeticamente pragmaticos y cuando aun no han sido seducidos por la tecnología, la adoptan con el mas absoluto desden; prefieren el mas casero ready made.
Por supuesto, les sobra tiempo y puede vérselos durante horas, empeñados sin sosiego en las mas arduas y desproporcionadas tareas que repiten incansablemente ante nuestras adultas urgencias. Nada les da más placer y se diría que casi naturalmente, eligen inventar antes que consumir.
Por alguna razón, luego todo se complica y ya adultos, tendemos a olvidar estas habilidades e instintos.
Muchos años después unos pocos, tenemos la posibilidad de enfrentarnos nuevamente con el oficio. Le llamamos arquitectura y suele demandar ingentes esfuerzos aun para lograr algo apenas mediocre. Así y todo, suelen contratarnos para materializar sus sueños o multiplicar capitales, aquellos ocupados en otros menesteres.
En ocasiones privilegiadas -cuando los astros se alinean o el ego duerme la siesta- proyectar consiste en recorrer un largo e incierto proceso de descarte y reescritura constantes, donde borrando inconsistencias logramos en un acto primordial, desprendernos momentáneamente de la carga que suponen los reglamentos, la experiencia acumulada o las imágenes de moda, para hacer aparecer sobre el papel, aquellas tenues pero imborrables líneas fundamentales. Comulgamos nuevamente así con la intuición, domesticando lo fantástico.
Quizás la buena arquitectura, además de las nomenclaturas al uso y las imprescindibles reglas del oficio implique sobre todo, la habilidad en despertar y convocar, propios y ajenos, saberes dormidos.
Son ajenos al preconcepto y al malentendido, y descreen tanto de la tautología como del barroco. Con pocos años de instrucción elemental -a veces por simple imitación, casi como indígenas - pueden construir las más maravillosas arquitecturas con prácticamente nada. Fieles a un funcionalismo sin mitologias, eficaces a la hora de distribuir y proporcionar, les bastan apenas una sombra, unos leves trazos, y ya han construido su refugio y se los ve felices.
Cualquier material parecería resultarles pertinente y saben manejarlos con utilitaria libertad. Son poeticamente pragmaticos y cuando aun no han sido seducidos por la tecnología, la adoptan con el mas absoluto desden; prefieren el mas casero ready made.
Por supuesto, les sobra tiempo y puede vérselos durante horas, empeñados sin sosiego en las mas arduas y desproporcionadas tareas que repiten incansablemente ante nuestras adultas urgencias. Nada les da más placer y se diría que casi naturalmente, eligen inventar antes que consumir.
Por alguna razón, luego todo se complica y ya adultos, tendemos a olvidar estas habilidades e instintos.
Muchos años después unos pocos, tenemos la posibilidad de enfrentarnos nuevamente con el oficio. Le llamamos arquitectura y suele demandar ingentes esfuerzos aun para lograr algo apenas mediocre. Así y todo, suelen contratarnos para materializar sus sueños o multiplicar capitales, aquellos ocupados en otros menesteres.
En ocasiones privilegiadas -cuando los astros se alinean o el ego duerme la siesta- proyectar consiste en recorrer un largo e incierto proceso de descarte y reescritura constantes, donde borrando inconsistencias logramos en un acto primordial, desprendernos momentáneamente de la carga que suponen los reglamentos, la experiencia acumulada o las imágenes de moda, para hacer aparecer sobre el papel, aquellas tenues pero imborrables líneas fundamentales. Comulgamos nuevamente así con la intuición, domesticando lo fantástico.
Quizás la buena arquitectura, además de las nomenclaturas al uso y las imprescindibles reglas del oficio implique sobre todo, la habilidad en despertar y convocar, propios y ajenos, saberes dormidos.
![]() |
Composicion en mamposteria y acero. E. E. Viollet-le-Duc. Entretiens sur l"Architecture. Paris, 1863 |
Ciertos modos de ver recurrentes instauran sobre saberes y cosas, especies de moldes, crisálidas rígidas pacientemente tejidas en torno a unas originales incógnitas que lentamente van perdiendo visibilidad y potencia, ante unos ojos acostumbrados ya a ver solo el envoltorio; convenciones y certezas que de allí en adelante, gracias a la tranquilidad que da la costumbre, serán difíciles de remover. Frente a esta dificultad, pretendernos originales implica muchas veces, emprender en torno a un gusano virgen un nuevo y lento hilado antes que –emulando a Penélope- el destramado de los existentes. Instauramos así, quizás sin saberlo, una dualidad innecesaria.
En torno a este dibujo de Viollet le Duc, años de sesudas criticas, clases y coloquios, no han dejado de repetirnos aquello de la racionalidad en el uso de los materiales y la nobleza constructiva, el rol pedagógico del pasado y una larga serie de etcéteras. Así, nos hemos convencido –nos hemos dejado convencer- de que aquí no hay más que un excelente dibujo de un proyecto un tanto ingenuo. La combinación perfecta de corte y perspectiva, detalle y despiece constructivo, en un manejo exquisito del valor de línea orientado en el encuadre y la intención narrativa. Una conglomeración de cúpulas, bóvedas, tensores y contrafuertes con mucho optimismo en el futuro. Y todo lo demás.
Sin embargo, hoy sabemos que eso ya no es tan importante, lo importante es lo obvio; lo importante es la niebla.
Donde siempre creímos ver la disolución del fondo en favor de la nitidez explicativa de la figura central y su duplicación en detalle, no hay más que un espeso y amenazante manto de niebla que avanza imparable por el corredor; ya ha copado el exterior, engullido la ciudad y pese a la indiferencia que simulan afectar, esta apunto de atrapar a las figuras al pie del muro ¿Qué esperan, por qué no salen corriendo?, quisiéramos gritarles si pudieran escucharnos. Los temblores ya han comenzado a derribar el edificio.
Desde aquí y recurriendo a taxonomias de moda, podríamos afirmar sin temor a equivocarnos, que Le Duc es el primer arquitecto de la desmaterialización, el primer pos-posmoderno, el anticipador del cine catástrofe… y otra vez una larga serie de etcéteras.
Y sin embargo….
¿Como entender esta niebla en Le Duc?
¿Será tal vez la incipiente abolición del pasado –escurriéndose inevitablemente en un arquitecto que no hizo más que estudiarlo- que mucho después enarbolaría como estandarte el movimiento moderno en su intento por pensarse y mostrase como origen? ¿Acaso es esta niebla el lapsus psicoanalítico donde se manifiesta la frustración de un arquitecto sin obra, al menos de aquella que goza del raro privilegio de lo original?
Sabemos que escribió y dibujó mucho, construyó poco y casi todo lo que hizo, lo hizo sobre ruinas. Sus obras no lograron despegarse del pastiche que carcomía su época y filtrar a la realidad, las geniales intuiciones de sus proyectos; años mas tarde, otros lo harían por el. Pese a todo, fue uno de los primeros en pensar y sistematizar metodológicamente la Arquitectura como una disciplina compleja, en la que el arquitecto, por oposición a los modos de su época, prolíficos en devaneos estilísticos de índole y éxito dispar, debía convertirse en un articulador de variables contradictorias que trabajara sobre los principios sobre los que articular la forma antes que sobre dudosas convenciones de estilo que la prefiguraran.
Sus recomendaciones sobre hacer arquitectura siguen aun vigentes, solapadas y veladas en el trasfondo de nuestro hacer cotidiano como una suerte de tacito juramento hipocrático jamas enunciado que sin saberlo cumplimos. Alguna de ellas, aseveraba que uno de los modos más eficientes de proyectar, era estudiar la arquitectura del pasado y la forma de construirla, ya que adoptados los principios constructivos antiguos pero adaptados a nuevos materiales, la forma necesariamente debería adaptarse y cambiar también. Bien mirado ¿De que otro modo podria haber entendido la arquitectura un arquitecto como Le Duc, dedicado a ampliar y restaurar desprejuiciadamente para su epoca obras del pasado, sino como una herramienta para establecer continuidades y diálogos en el tiempo?
Algo de esto tambien deben haber entendido el Zumthor vaporoso de las termas de Vals, el enigmático y silencioso Kolhaas de la biblioteca de Francia o los más obvios Diller y Escofidio en el Pabellón de Nubes, prolíficos y afinados en construir con nieblas.
Mas pedestres nosotros a veces, frente a la angustia que provoca la certeza de que todo esta ya inventado -hay siempre un antes en toda aparente nueva idea- solemos justificar nuestros proyectos en dudosas genealogías de escaso follaje, olvidándonos de que lo verdaderamente inagotable frente a la repetición, es la mirada con la que podríamos redescubrir cotidianamente la realidad.
En esta época de arquitecturas que se empeñan en reinventarse con cada nuevo numero de la revista de turno, no resulta ocioso de vez en cuando, si la inspiración o el ego nos fallan, abrir -aunque sea al azar y como jugando- algún viejo y empolvado tratado o manual ya en desuso. ¿Con qué otro motivo sino, justificaríamos una biblioteca?
![]() |
Paisaje de nubes. Transsolar & Tetsuo Kondo. Bienal de Venecia. 2010 Martin Ortiz |